viernes, 13 de noviembre de 2009

COOPEROTECNIAS II

Cuando Vicente Fox nos indilga la frase aspiracional de bocho changarro y tele, nos habla de la complicidad cultural entre el poder y la indefensión, de los dominados.
El poder, el cinismo se vuelve cool, haiga sido como haiga sido. El sistema de partidos es la institucionalización del cinismo, pues se dicen fehacientemente demócratas.
Los dominados lucimos los lenguajes fracasados de la indefensión. Una especie coloquial de “pégame pero no me dejes”. Toda una tradición del macho víctima y la misógina que no corta su cordón:
-¿Viejo, primero me pegas o primero cenas?
- Primero te pego vieja
- muy bien viejo”.
Son las costumbres de la indefensión heredada. Esta cultura se vende hasta fashion es, nuestros jóvenes lo practican empezando por regalarle celulares a las novias. Los celos son territorio telcel.
Una trampa, cuando se diseñan políticas públicas de fomento al cooperativismo, es creer que los pobres son solo víctimas, ¿Pues cuantas cooperativas no fracasan por falta de autocrítica? Los peores enemigos del cooperativismo, son los propios cooperativistas. La autocrítica y la crítica constructiva es una aterradora puerta, que desquebraja nuestra historia personal:
Hablar de cultura cooperativa es sintonizar la producción de los lenguajes, de inteligencia y fracaso:
¡Como a mi, si yo soy el fundador del cooperativismo!, ¡gracias a mi la cooperativa se levantó!
La lucha del poder es un veneno en las cooperativas y en las organizaciones sociales, pues siendo pobres quejumbrosos el poder otorgado o ganado se puede volver inmanejable. Ver al pobre como pasivo es una visión, hasta autoritaria. La meritocracia debería predominar sobre el discurso, por mucho que el discurso se vuelva una necesidad. Darnos cuenta cuantos valores e identidades compartimos con la clase dominante, no debe ser fácil sobre todo cuando la academia es la estupidización de la familia a nombre del entretenimiento.
La pobreza es una simbiosis parasitaria entre dominantes y dominados, es una manera de autocomplicidad de los desposeídos, en contra de si mismos. La ricopatía del pobre, esa virtualidad que se estrella en la guerra social de todos contra todos. Esa cultura enferma que detestamos pero compartimos, el mejor culto a la soledad social, es la del mexicano que grita y presume su individualismo ejecutivo, el mal sano placer del mundo empresarial de deshacer al prójimo para escalar el monstruo corporativo.
Infestados con una pizca de poder no dudamos en hacerle un becerro, para ello existe la adulación y la maledicencia, bombas en el centro del cooperativismo, después deudas morales de resentimiento social. Preguntemos a excooperativistas si desearían volver a ser una cooperativa.
En la simbiosis del dominante y del dominado hay axiomas de perpetuación: Dale dinero a un pobre y será más pobre. Cuantas cooperativas familiares se dañaron los lazos por dinero, y sobre todo si era a fondo perdido, la política social está llena de estas historias.
El campo en la ciudad se extingue por esas razones, pero los defensores del pueblo insisten en el victimismo como lucha, el maizeo es solo la estocada final. La historia de la ciudad de México es la historia de esa indefensión. Memoria indefensa porque no la hay.
Los que nos hemos puesto la playera de cooperativistas tenemos de dos sopas, ser cooperativos o ser corporativos, ser genuinos o virtuales, protocolizar por dinero y quedar crucificados en hacienda o diseñar en la praxis y en la teoría los espacios cooperatécnicos de desarrollo gradual. Desarrollar capital social condición al dinero.
Si la pobreza es una condición para la acumulación del capital, para nosotros es la oportunidad para la reeducación compartida, Si el monstruo se cae, no tenemos porque caer con él.
Co-operar tendría una razón fundamental. ¿De que serviría toda la sapiencia social si no nos metemos al círculo del bien hacer? Que nuestro instinto de sobrevivencia nos lleve al romance de la convicción. Preguntémonos y respondámonos ¿será posible? Este es el rompecabezas del cooperativismo.