domingo, 28 de septiembre de 2008

El ombligo en Tláhuac



1. Chinampas en un mundo feliz

La queja, nos estandariza en la pequeñez humana, hacinándonos permanentemente dentro del barril cultural de nuestra vecindad nacional. La infantilización y banalización del pobre, es el filón de riqueza para los hombres ricos de México, que destacan para orgullo mediático del país, entre los más ricos del mundo.

Una sociedad banalizada es una gran autoproductora y autoconsumidora de prejuicios, donde la inteligencia erosionada de los ejidos de la creatividad, se cubre de hierbajos que ocultan los desperdicios, en calidad de patio trasero de la existencia y que autocomplacientemente preferimos sea lo que defina nuestro espíritu nacional.

En esta autosegregación consensada dentro del orden del desorden mediático, el changarrismo es la expresión de sobrevivencia, donde la neurótica intolerancia blande su enfermedad sobre el banalmente diferente, la intolerancia es parte del ejercicio del entretenimiento social en listas de epítetos vía you tube , que resimbolizan la desconvivencia como único frente de existencia pública de los jóvenes.

La estampa mexicana se esparce sobre los tejidos existenciales de nuestra sociedad donde risa de lo ridículo de nuestra pobreza, resiste al chiste mediático, chiste que se lava las manos fomentando la tara global, dejando solo la mueca de una cultura hiriente hacia si misma.

La pobreza es la de los pobres trivializados, el de la incapacidad de vernos tendidos en el asfalto, ejecutados por las circunstancias. Morbo y dolor sufriente, la morenez territorio de crucifixión como en el Tláhuac de hoy.

Exhibidos a través del ojo mediático, México en Tláhuac es la casa de los espejos que no se ve, vetados por el ojo electrónico de la televisión privada y su cobertura rentable en millones de pesos, el odio y el rechazo se acunan en el pánico mexicano. El odio es más rentable, la desigualdad se mide en lo peor del ser humano, en su involución cultural tecnificada, a nombre de la sagrada competitividad.La acumulación a tocado la involución y el planeta se sobrecalienta.

En Tláhuac se fronteriza el tiempo, la identidad, el espacio, la frontera verde de la metáfora de la diversidad humana, el de las chinampas que compelen a los urbanitas capitalinos, pero sobre todo al ciudadano local que mira congestionado por la enajenación del ruido visual y acústico, esos raros parajes entre ahuejotes y condominios. Como si tubiésemos prisa por desaparecer, prisa para no pensar, antes de que cierren las casas de préstamo, los bancos y casas de bolsa.

Demonizado el Tláhuaquense, el virus inoculado de violento, le impide mirarse en la capacidad de su fronteridad carnavalesca y rural. A la segregación mediática le sigue la auto segregación cultural, intoxicados por el estigma, su cultura sufre de indefensión, enmudece molecularmente ante su incapacidad de respuestas culturales de inclusión. El pasmo que secunda al tamaño de la inconciencia enferma al ahuejote inteligente.

La demonización del habitante de Tláhuac es una reproducción de estigmas que significan para el orden económico, la pasteurización humana del ciudadano para autogenerarse en mercancía potencial, para los futuros corredores industriales y centros comerciales que el sueño globalizador instalará como realidad unívoca en la futura estación dorada.

El efecto deseducativo es devastador, educación instructiva que no germina porque lo moderno es no hacerlo, los estans de los supermercados, como en el colegio, el saber y la comida deben ser desgranulados, pasteurizados, conocimiento y alimento light, en tanto en nuestras narices, el conocimiento canta sus odas de fiesta, sabor local y comidas; de chinampas, humedales que nos enseñan a filosofar, solo que el ruido y el canal de las estrellas nos convirtieron en entes sin resonancia, y claro que molestará a los endeudados automovilistas, aquellas vacas que caminan cada ves más, largas avenidas, hasta sus pastizales.

Solo el chinampero sabiendo que la tierra enseña sabe que el hacinamiento de asfalto y simbolismos de afectación ambiental a nombre del progreso, en el plano de la conciencia humana, es el verdadero desastre ecológico.

La modernidad a revolucionado los contenidos y los medios para instruir al humano en un estándar de calidad mercantil, y para ello a requerido el empobrecimiento de la palabra. Los monopolios y la concentración de los flujos de capitales en unos cuantos (eufemísticamente le llaman “libre mercado”), rechazan la diversidad vital, la superficialidad les corroe la autocrítica y son ellos como luces bellas que ocupan el lugar trascendental de la diversidad, son la luminosidad artificial, sobre los claros de luna de la conciencia chinampera.

Como si la belleza nos molestara nos prestamos a la pasividad aprendida, porque nos da miedo esos parajes, como las bellas mujeres, como el bello pensar. Nos da miedo ser bellos, por eso no se puede ser libre, porque cuando la belleza se posee las preferimos gordas lo más pronto posible, en una enfermedad de posesión sádica, que la orfandad nos legó, aprendimos a dejarnos solos con dieses y ceros desde la primaria.

Culturalmente derrotados, asfaltamos la fuente metafórica de la vida cultural que nos compele a través de lo que la tierra en Tláhuac aún nos alimenta, pese al Wal Mart tocando las trompetas mercadológicas en nuestra verde fronteridad . Probablemente nuestro infantilismo consiste en no saber ver, en no querer aprender, en no saber observar, en no saber sentir. La estética de la creatividad conceptual, como nunca reclama su fiesta y su disfraz.

El paraíso superficial que se fuma la sociedad para no pensar y sentir el escalivismo del alma, se complementa con la deseducación institucional, enmarcado en empobrecer los estómagos infantiles a la autocrítica frente a la televisión. Un mundo feliz dado por el tabernáculo global de los medios de comunicación, requiere de los carbohidratos desbordados que nos cantan en la angustia de no poder comer solo una, porque no queremos o no podemos, al fin y al cabo la vergüenza, y el verdadero rostro de la deseducación es el de la no aceptación de responsabilidad con nosotros y con nuestra comunidad, porque hemos sido inoculados, porque el profesor tiránico que nos grita al oído, nos estigmatizará en el error.

Por ello vivimos en estado permanente de miedo al error y al regaño social, hemos sido deshabilitados para cambiar y lo único que cambiamos es el uso de suelo, dando entrada al engaño de los paraísos artificiales de la piedra, los cristales y luces atiborrando el Wal Mart para que lo jóvenes pobres y no tan pobres de Tláhuac se realicen en la mercancía imposible de los aparadores, sobre la prehispánica memoria de las chinampas.

Hoy, saber esto ya no logra sacarnos del hoyo, preferimos estar en el hoyo porque nos da pereza pensar nuestra existencia, y porque es la única existencia reconocida, porque la queja es más cómoda que cualquier acto responsable de cambiar y hacer cultivable la chinampa cultural del espíritu tlahuaquense. Hoy el beneficio del miedo para la acción no parece el mayor suelo factible, pues cínicamente llenamos el corazón colectivo de cascajo con la esperanza de que la hierba esconda la muerte de ese suelo de la conciencia, ahora redituable para el flujo dorado de la mercancía humana.

Las modas como ideal social de vida nos a dejado un rostro cultural de cirugías grotescas, la moda y los prejuicios se subrayan como liposucciones para convertirnos en seres más decadentes, liposucción o muerte parece ser la consigna de una anorexia de espíritu colectivo.

La cadena de comerciales no son ingenuos, son instructivos y manuales de consumo, consumir para ser, retórica de la imagen donde la piel morena no es predominante y en todo caso marginal, donde la brillantez de la iluminación nos vende un mundo sin grises, un modelo anglo sajón de pertenecer a través del consumo de la nutrición trasgénica, el auto, la ropa, la marca. Es la génesis mediática de la creación sociocultural, para que el hombre exista sin pensar en esfuerzos intelectuales. El engaño, es el atrofio neuronal. El concepto del mercado es no tener concepto.

Los ejecutivos guardianes de la mercadotecnia mediática, señalarían estas observaciones como resentimientos por no ser parte de la corte del entretenimiento y de manera facilona descalifican y linchan como parte de lo cool del servicio social que la universidad nunca les formó pues esta, por su espíritu ya hablaba televisa

Linchar toda crítica se vuelve siempre contra el linchador, pero la crítica sin propuesta termina en una infopornografía que disfraza el resentimiento, pues no se tiene una semilla solo para comérsela o tirarla, sino también para sembrar.


La nota amarilla es el morbo que revitaliza todas las mañanas las noticias, alimentamos el asombro, sobre el quetzalcoatl atropellado, el morbo del pueblo contra el pueblo, es un negocio muy rentable. La mesa morbosa de un pueblo en sobre peso que en el fondo de su angustia compulsiva siente la ignorancia de no poder ni querer dar, solo observa atónito como su sueldo cada día es más infeliz.

Las generaciones hormonales ya no cuestionan, linchan en un mundo de analfabetismo tecnológico, su espíritu bulímicamente vive el terror frío de un mundo de luces inventadas, el libro yace bajos sus lechos de confusión y al final del día, el silencio atronador de una oscuridad de ignorancias contaminantes, donde se paren a los genios computacionales, sin el espíritu que da la contemplación de los bosques distintos del conocimiento, con un infantilismo que vive en los paraísos de la prostitución estratégica, la doble moral. El estándar emocional que ofrendamos como sociedad decente ante el borrego de oro del libre mercado.

Y congestionados sobre la avenida, (en Tláhuac el paso conejo es nuestro congestionamiento delegacional por excelencia) la desmemoria obstruye dando paso a la desesperación y a la neurosis que provoca (sin saber casi siempre) que somos un país congestionado.


Sin embargo sin mirar, sin querer mirar el ahuejote , volvemos a pavimentar la conciencia, convirtiéndonos, en pensamiento autosecuestrado, con la genética cultural de la inconciencia adquirida de las frustraciones, carne y hueso de la desmemoria, y creemos que modernidad es destruir nuestra cultura. Y somos la raza de bronce que un día ante el mundo injusto, ganaremos el mundial de futbol, con la esperanza endémica reproducida trasgeneracional y virtualmente por la televisión, esperanza endémica que vende en mortecina manera de existir, un ángulo más de la mercantilización humana, el autogol como único juego de existir en la inexistencia creativa.

Extraviados del hogar cultural entre células asfálticas infectados, renegamos del hogar y solos con la patria en una cantina, lamentamos no ser campeones, mientras heredamos el poder unificador de la mordida a nuestros hijos, y es cuando en los ojos de la matria en las horas pico del metro, en las vendedoras del tianguis y casa por casa, en las prostitutas y las que velan a sus hijos, se tragan el mito de la mujer abnegada, casi santa que cree que le basta con sufrir, para quedar en santas irreales y no humanas, que reproducen la auto inequidad femenina.

Con el destino manifiesto de la guerra molecular como estándar de felicidad sobre la infelicidad del prójimo, con el amplio espectro del sufrimiento, aceptamos el mundo feliz de la pasividad y del lenguaje empobrecido, no entendemos, no queremos y no podemos cambiar. Son las bacterias chinamperas de la abulia social.

El hubiera es el limbo de tiempo verbal que se cruza con la falsa esperanza, y sin poder pasar por el corazón , nos trasfiguramos en la sociedad cínica, gracias a la facilitación de la SEP y los rezagos fanáticos de una fe trascendental.

La desecación de las chinampas es parte de la autodemonización, una perpetuidad de una agenda emocional en cadena nacional. En la profundidad de nuestros mantos acuíferos, el estiércol circula luminoso, radiactivamente feliz en la comisura de nuestros labios y nuestros guías trascendentales, al final de la noche son Facundo o Adal Ramones.

El slogan político y cultural funcionalmente real, es el de Televisa que proclama organizar nuestros sueños, donde la capacidad crítica del mexicano es la capacidad de escandalización ante el diferente, como el promovido por el Internet y la verdad construida de víctimas y victimarios por la televisión en el expediente emo. La piedra mediática que esconde la mano.

Pasivos ante la pizarra electrónica, aprendemos que el que no tolera al otro no se tolera a si mismo, diferencias triviales, la fatuidad de las diferencias, la fatuidad mediática convierte el paraje en espacios potenciales de miedo al entorno humano, es el peldaño emocional donde se asientan los proyectos ideológicos de control político, el expediente emo, el expediente Sn Juan Ixtayopan, son el ejemplo de la barbarización, del ciudadano que huye de si mismo depredando el próximo, ahuejote, al próximo diferente.

La astucia de la apolítica es la capacidad de la depredación y la presdigitación de que nada pasa, y lo que pasa nos deja agradecidamente enmudecidos con nuestro captor. Los tlahuaquenses miramos sobre los últimos ahuejotes, expandirse la homogeneización caótica del desarrollo urbano, La erosión de la conciencia que antecede al desequilibrio climático.


Cuando el modelo ideológico y cultural de desarrollo infecta a la opinión, omite la verbalización de las cosas que nos afectan, una especie de infección programada a partir de exponer a los pobres, la morenez periférica como incapaces de convivir, sobre expuestos al ojo nacional e internacional, como los bárbaros de la ciudad, la impotencia silenciosa enlatada en desidia, no entendemos nada y el ciudadano de a pie se le estigmatiza en la producción demonizadora y pirata desde made in Tepito. Con playeras . “Soy de Tlahuac y que”.

La voz luminosa de los sacerdotes mediáticos, desde el emplazamiento único y parcial del monopolio de la realidad que se construye, para la negociación y premiación de la ignorancia, deseducan el espíritu. La manipulación del sueño de la riqueza fácil para analfabetas funcionales, que ponen a prueba su inteligencia en las palabras fáciles todos los días a media noche. Es el sueño nacional de la involución con el que dormimos bendecidos todos los días. No hace falta ser inteligentes para soñar, en tanto apagamos el televisor solo por hoy y todos los días.


Octubre 2008
luzdesombras@hotmail.com